Uno de los sentidos más importantes para retener los recuerdos es el del olfato. Y los olores de mi infancia tienen muchísimo que ver con el jabón que se hacía en mi casa; acción que yo seguía con la curiosidad y el interés de una niña por una labor que se hacía, de manera artesanal, cuando llegaba la primavera, en la que colaboraban madres, tías abuelas… y para la que había que salir al campo a recolectar plantas aromáticas que añadirían olor, textura y propiedades a aquel jabón, hecho con mimo y cuidado, y que habría de durar todo el año. La dehesa se teñía con todos los colores y el romero, la salvia, el cantueso, la malva, la bella luisa y la ortiga llenaban la casa con sus olores, listas para ser incorporadas al jabón.
El paso siguiente, en mi caso, fue añadir un producto de excelencia y de máxima calidad con cualidades que lo hacen único: mezclar el aceite obtenido de fundir, a mínima temperatura, la grasa del jamón de bellota curado, ibérico 100%, con todas sus propiedades con aceite de oliva virgen y todas las plantas que lo hacen excepcional; un jabón desinfectante, antiséptico, desodorante, cicatrizante, etc., etc. La tradición y la excelencia unidos para conseguir un resultado excepcional: el jabón de jamón elaborado en el Valle de Los Pedroches y amparado por la Denominación de Origen